Comentario
Dentro de las sociedades del Antiguo Régimen la falta de salud del rey podía poner en peligro el bienestar y la tranquilidad de los reinos a la vez que suponía un duro revés, de producirse su pérdida. En el mismo sentido, la continuidad de la dinastía era la que aseguraba el mantenimiento de una serie de valores comunes y la conservación de la Monarquía (27), de ahí que la preocupación por obtener descendencia se extendiera a todos los estratos del cuerpo social. La presencia de un heredero configuraba la salvaguarda de un patrimonio colectivo a la vez que proporcionaba estabilidad política, evitando los peligrosos interregnos.
Por todo ello, la primera obligación de la esposa del rey era la de proporcionar seguridad con el alumbramiento de una abundante prole de vástagos regios que asegurasen la pervivencia de la dinastía, convirtiéndose en madre de reyes. Esta realidad explica la cuidada atención que se mostraba desde los distintos reinos e instituciones ante el delicado trance de un parto regio (28), manifiesta en las múltiples rogativas pro regna pregnante. La tradición de la Monarquía Hispánica contemplaba el recurso al favor de santos como San Juan de Ortega, Santo Domingo de Silos o Santo Domingo de Guzmán cuando las reinas se hallaban encinta para solicitar un buen parto o cuando enfermaban (29).